No puedo comenzar diciendo que el recorrido que seguimos fuera improvisado, viajamos con nuestro Land Rover camper y esto requiere en muchas ocasiones tener que programar (aproximadamente) dónde paramos a dormir. También sabíamos que queríamos ver la costa Azul francesa, tal vez Valensole en la Provenza, también tenía ganas de volver a Suíza... el resto fue improvisación y recurrir a los miles de localizaciones que tengo guardadas.
El día que comenzamos realizamos una tirada larga hasta Pau, en el sur de Francia para dormir en el Bôis du Commander (Bosque del comandante pero mola más como suena en francés). A la mañana siguiente salimos temprano para llegar, en nuestro primer día real de aventura a visitar Arlés, la mítica ciudad de los pintores impresionistas, y el parque natural de Camargue, un paraíso para la observación de aves, especialmente flamencos. No sabíamos dónde pasar esa noche y vimos que nos quedaba cerca el parque natural de Alpilles y digo con casi total seguridad que ha sido el lugar más idílico en el que hemos pasado una noche en todo el viaje.
Tercer día y tocaba el turno del parque nacional de Calanques, sitio que nos decepcionó: primero por la masificación y, segundo, por las amplias expectativas que teníamos. Decidimos continuar por la costa azul para llegar a la zona de Tolón, más concretamente a la playa de Estagnol, y esta si fue interesante: unas rocas preciosas para fotografiar y una playa idílica típica mediterránea: agua turquesa, arena blanca y grandes pinos alrededor.
Desde costa Azul hicimos una pequeña inmersión en la Plateau de Valensole para visitar los populares campos de lavanda. Desde que tengo uso de razón fotográfica quería tener frente a mi cámara estos campos y la verdad es que no decepcionaron, es imposible describir con palabras las sensaciones que se viven allí porque hay un factor que las letras o las imágenes no pueden reflejar con fidelidad: el olor a lavanda que invade el ambiente. La zona es muy agradable y las posibilidades para dormir eran muchas, nos apartamos a un bosque para seguir fotografiando a la mañana siguiente.
Dejamos Valensole para avanzar por la costa, visitar Mónaco y retirarnos a dormir a Tende, en el Parque Nacional de Mercantour. No es un centro turístico de primer nivel pero el valle de río Roya, del que seguramente no habrás oído hablar en la vida parecía anclado en el tiempo, es como volver a los años 50. Agreste, genuino y con un aire de misterio que hizo que la experiencia en esta zona fuera especialmente intensa.
Un derrumbamiento en un puente del valle del Roya hizo que tuviéramos que desandar camino para tratar de llegar al Piamonte y Turín por la costa pero esto nos permitió disfrutar de algún pueblo más de costa como San Remo. Turín nos decepcionó, poco que decir, con lo que tras una fugaz visita nos fuimos a pasar la noche más horrible de camper que recuerde: rodeados de campos de arroz, edificios tétricos abandonados, arañas del tamaño de un puño, millones de mosquitos tigre por todas partes... pero entre aquel infierno se erguían las ruinas del templo de la Madonna delle Vigne.
Cansados de calor, insectos y noches tórridas decidimos orientar la siguiente etapa hacia el norte y el increíble lago Orta nos recibió con una zona camper increíble, monumentos, un pueblo tan acogedor como genuino y la bucólica isla San Giulio. Nos recreamos en el lago, casi más que en ningún otro sitio del viaje para la mañana siguiente afrontar el trayecto más complejo para nuestro Land Rover adulto: atravesar los Alpes. Lo hicimos por el paso de San Bernardino y lo cierto es que, incluyendo dos paraditas técnicas para disfrutar las vistas, se nos hizo sencillo. Pasamos la tarde en Liechtestein, su capital Vaduz, visita exprés pues tampoco da para mucho para terminar en una granja a orillas del lago suizo de Lucerna para pasar la noche.
Aunque los días nos estaban cundiendo éramos conscientes que Suiza era nuestro último país, pero aún quedaba mucho camino por recorrer en este pequeño gran país. Visitamos Lucerna y nos dirigimos a Interlaken y de ahí a Kandesteg para coger el teleférico a Oeschinesee, lugar mágico que visité en mi infancia y que me trae grandes recuerdos. Pasamos la noche en un bosque cercano a Interlaken para consultar la meteo y decidir que el día siguiente pasaríamos el Fulka pass y visitaríamos el glaciar Aletsch, y así fue.
Me equivoqué de teleférico, el mejor es el de Fiesch, sin embargo con el de Betten tuvimos la oportunidad de quedarnos a los pies del pico Bettmerhorn y subir los últimos metros hasta su cumbre. Vistas increíbles del glaciar y vuelta en un teleférico atestado de turistas. Bajamos por el valle hasta Martigny, un valle repleto de viñedos y con una luz de atardecer preciosa que se colaba entre las cumbres más altas de los Alpes. Al anochecer llegamos a Gruyéres, si, el pueblo del queso, que no sólo tiene una gran oferta gastronómica, si no que además es realmente encantador. Pasamos la noche en un bosque cercano al pueblo para repetir visita a la mañana siguiente. Tras Gruyéres pusimos rumbo a Berna, la capital, visita nostálgica a la ciudad en la que pasé varias temporadas de mi infancia y al caer la tarde nos fuimos dormir a orillas del lago Neuchatel, esto se acaba.
Nos quedaba el último día, o visto de otra manera, el día que emprendíamos la vuelta. Por la mañana visitamos las Gorges de L'Areuse y me sucedió una de las cosas más extrañas que he vivido en mi vida. El sitio es idílico, el río se encajona en un estrecho cañón de bosque atlántico, eso en otoño tiene que se una gozada pero aquel día nos encontramos varias señales (una de ellas de un chico que se había matado allí hacía pocos meses) que nos indicaron que no parecía buena idea estar allí. Visitamos el monasterio de Rommanmotier-Envy y de ahí nos fuimos a comer y dar un baño al lago Ginebra. Y llega el final, o el principio de la apoteósica vuelta de unos 1500 km hasta casa.
Con tantos días rodando por sitios tan fotogénicos tengo que decir que muy mal se tiene que dar para no hacer alguna captura memorable. Me traigo algunas fotos buenas, pero sobre todo grandes recuerdos y la satisfacción de haber disfrutado una experiencia única, nómada y encantadora.
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