Siempre que he compartido charla fotográfica con algún compañero y tocamos el tema de los bosques suelo mostrar mi mayor debilidad por el bosque de la Honfría. Es una auténtica joya por muchos aspectos, no los voy a enumerar porque hoy estoy frente al teclado para hablar más concretamente de una lección que he aprendido este otoño en este bosque. Después de estar tres años sin recorrer los senderos que serpentean entre castaños, robles y avellanos me encuentro por casualidad visitando este lugar dos semanas consecutivas con la cámara entre las manos. Pero no sólo la cámara, también me llevé el dron y buscaba tomas cenitales con sol rasante en este al estilo de una que hice allá por el 2022.
No voy a decir que fuera una sorpresa, el recorrer el interior del bosque una semana después ya me había dado pistas de lo que había pasado en tan sólo unos días, pero al levantar al cielo a mi pequeño aparato volador y colocar la cámara en posición cenital encontré que sólo una semana había sido suficiente para que el bosque mudara casi por completo la hoja, pasando de estar en el clímax del color otoñal a tener un aspecto casi puramente invernal.
Hay una espinita que me tengo que sacar: conseguir comprender con minuciosidad científica los cambios que se producen en otoño en los árboles. Me gustaría saber que combinación de factores hace que las hojas de los árboles cambien a un determinado color y finalmente caigan, pues el hecho de que sólo hayan pasado siete días y se haya transformado en otra estación me indica que hay factores que son muy determinantes en este proceso. Entenderlos son una pieza clave para poder disfrutar del bosque en su momento óptimo, de color, pues para mí, estar detrás la cámara en un bosque sea la estación que sea, siempre me parece un momento óptimo.
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