Cada lugar que he visitado me ha marcado en mayor o menor medida, pero siempre, en algún sentido, he creído que el hecho de haber visitado esos lugares me había aportado algo bueno o nuevo. Hace unos días comprendí que era justo al contrario, con cada lugar que visitamos una parte de nosotros se queda allí.
Hacía años que no leía a Pérez-Reverte en su "Patente de Corso", un artículo que podéis encontrar en la publicación XLSemanal. El primer párrafo me cautivó, al leerlo comprendí que mi planteamiento con respecto a los lugares que he visitado podría ser justo al contrario: "Hay lugares de los que nunca regresas del todo. Se quedan suspendidos en el tiempo y la memoria, y de vez en cuando cierras un momento los ojos -a veces ni siquiera hace falta cerrarlos- y te encuentras de nuevo en ellos. Hasta puedes oírlos y olerlos." Tal vez no se trate de que te traigas algo, si no de que una parte de ti se ha quedado allí.
A medida que van pasando los años es una sensación cada vez más sutil, pero con los primeros viajes y lugares que visitaba, siempre, absolutamente siempre, tenía la sensación que una visita fugaz podía compensarse con la esperanza de volver. Con los años terminas convenciéndote que hay lugares a los que nunca regresarás, si no es desde la memoria y la impronta que dejaron en ti las experiencias vividas.
Visitar un lugar implica algo más que la excursión de unas horas desde un ferry o un crucero, algo más que una parada en el camino; deja una parte importante de ti en cada lugar, que tu huella esté muy presente para que cuando quieras volver, te encuentres a ti mismo, y todo en lugar en el que estaba.
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