Desde que sales de casa puedes poner en marcha tu tacógrafo particular, contar gasolina, equipo, material... cuanquier cosa cuantificable, pero la foto que aparece en este artículo casi me cuesta algo que no se puede cuantificar: la vida. No exagero cuando digo que me considero muy afortunado por poder estar escribiendo estas líneas, pero hace un par de días la combinación de montaña, tormenta eléctrica y trípode estuvo muy cerca de desencadenar un desastre.
Amenazaba tormenta, no lo voy a negar, con sus avisos amarillos de AEMET incluídos, pero una hora antes de salir de casa estuve muy atento a la imágen satétite a través de sat24.com para ver cómo evolucionaban las tormentas. Se estaban desarrollando dos focos principales: uno en el límite de provincias de Cáceres y Badajoz, unos 200 kilómetros al sur de mi destino y otra unos 100 km al norte, en el entorno de la ciudad de Salamanca. Todo apuntaba que la tormenta permanecería en las zonas llanas.
En Hoyamoros el sol se cuela transversalmente en el circo paleoglacial duante muy pocos días antes y después del solsticio de verano, esta luz transversar tenía en mente combinarla con el climax de la floración del piorno. El pasado día 12 de junio era el día perfecto, todo encajaba, además las luces de tormenta de las zonas llanas podían ser el complemento ideal. El destino estaba fijado, comenzamos a caminar con esperanza por lograr el objetivo pero mirando de reojo los relámpagos y truenos a lo lejos.
Todo parecía bucólico, sol, tormentas, flores... llegué al destino y tuve la sensación que las tormentas de Extremadura habían avanzado hacia el norte y comenzaban a llegar al sistema Central, mal asunto. Monté trípode, en lo que lo hice el cielo se volvió plomizo y todo se oscureció en cuestión de minutos. Primeros disparos y encuadres de prueba, como el que podéis ver arriba y me sorprendió el primer trueno, valoramos la situación y vemos unas "mammatus" sobre nuestras cabezas que acojonan al más valiente, tan cerquita que teníamos la sensación que podíamos tocarlas si estirábamos el brazo hacia arriba. Otro trueno y notamos como nos retumba el pecho. Hacia el coche parecía que el cielo estaba más despejado, no valoramos la situación lo suficiente y decidimos poner pies en Polvorosa para arriesgarnos a ir hacia el coche. Error.
En pocos minutos estábamos en medio de un auténtico infierno: en la montaña, terreno despejado, trípode a la espalda y los relámpagos empezaban a tocar tierra. El resto del trayecto hasta el coche fue una sucesión de incertidumbre, los relámpagos impactaban cada vez más cerca, truenos, granizo... mi único pensamiento era "el siguiente cae sobre nosotros, seguro".
Cometimos error tras error, fuimos imprudentes e irresponsables, pero sobre todo afortunados. Las posibilidades de que nos cayera uno de los rayos en aquellas circunstancias no creo que fueran menores al 50%. Tal vez los rayos impactaron contra los hitos metálicos de algunas cumbres, los restos de los remontadores de una pista de esquí abandonada hace años, o simplemente aquel no era nuestro día. Tengo claro el dicho que tantas veces he escuchado a mis maestros: ninguna foto cuesta tu vida, pero es imposible pensar con la lucidez necesaria en algunas situaciones extremas.
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