El oxígeno de las aventuras

 

 

     Me ha costado muchos años y mucho esfuerzo aprender que el mundo no se acaba porque las cosas no salgan como las habías planeado. Antes de comenzar un viaje puedes tener en mente varias fotografías que es muy probable que nunca llegues a hacer. Muchas veces serán causas ajenas, otras propias pero siempre hay un denominador común: la imprevisibilidad. Y me atrevo a afirmar que, aquello mismo que te deja sin conseguir las fotos que habías planeado, es lo mismo que te ayuda a encontrar las que no esperabas.

 

     Hemos hecho una escapadita de tres días por el centro de Portugal con nuestro Land Rover camper. Comenzamos por Tomar, Sintra, Cabo da Rocha, visita fugaz a Lisboa, Carrasqueira y la zona megalítica de Évora. Un plan de vértigo para pocos días en los que, además, tenía encajadas dos sesiones de atardecer: una en la famosa praia da Ursa, al oeste de Lisboa y otra en los muelles de Carrasqueira. Ni una ni otra sesión pude fotografiar.

 

     Para acceder a praia da Ursa se requiere un esfuerzo considerable: hay bajar el acantilado hasta el nivel del mar. Me atrevería a insistir en que mis cálculos estaban bien hechos, pero cuando llegamos el aparcamiento ¡faltaban 3 horas para que se pusiera el sol! ¿qué había fallado? debí hacerme un lío con nuestro reciente cambio de hora y el huso horario diferente de Portugal. La consecuencia fue renunciar a hacer esperar a Jenny esas 3 horas, más lo que se alargara la sesión tras la puesta de sol, más la vuelta de la subida del acantilado.

 

     A los muelles de Carrasqueira llegábamos por los pelos, con el tiempo justo para sacar la cámara para empezar a disparar, pero no pudo ser. A sólo 10 minutos del destino tuvimos que hacer una parada fisio-técnica en la cuneta, tras la cual, al volver a arrancar el coche se negó. En un primer momento no me preocupó demasiado, era el típico día gris plomizo que no prometía nada excepcional. Me equivocaba, mientras seguíamos tratando de arrancar al más puro estilo Sainz-Moya, el cielo se teñía de naranja intenso, las fotos que hubiera conseguido hubieran sido realmente espectaculares.

 

     Ya no sufro por estas cosas, se que lo realmente interesante es lo que te encuentras fortuitamente: el convento abandonado de la foto, un lugar que pudimos recorrer durante horas y en el que perdimos la noción del tiempo. No revelaré su localización para que los dueños no corten la entrada los visitantes esporádicos que se dejan caer por allí. Todo en el viaje forma parte de la vivencia: lo que planeas y no sale, pero sobre todo lo que no planeas y sale, y ese encuentro fortuito es la chispa que mantiene viva la llama de la aventura y la búsqueda de nuevas experiencias.

     

 


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